miércoles, 27 de abril de 2011

NEOTRAGEDIA: EL RENACIMIENTO DE LA TRAGEDIA

NEOTRAGEDIA: EL RENACIMIENTO DE LA TRAGEDIA

EL RENACIMIENTO DE LA TRAGEDIA

Webs, una antropología urbana, de A.Pytrell
La experiencia de los pueblos es la siguiente:
donde se mueve lo vivo, ronda también la muerte
Walter Otto, Dioniso, Mito y culto


Lo cierto es que George Steiner realizó un trabajo estupendo con La muerte de la tragedia. Este libro voluminoso y fundamental en la biblioteca de toda persona de teatro —y de la cultura— se compone de diez capítulos muy bien documentados sobre la historia de la tragedia a lo largo de los siglos: desde el período clásico griego hasta la actualidad. Es decir, la actualidad de 1961, que es cuando se publicó el texto. Estupendo, verdaderamente estupendo trabajo, de consulta permanente y confiable documentación. Sólo encuentro un error.
A mi entender, se equivocó en comparar la tragedia griega (a la que parece añorar) con las manifestaciones trágicas de los siglos posteriores. Por eso la aserción del título del libro. Creo que el error no es menor, pues atraviesa todo el libro y funciona como una premisa que me hace sospechar de la conclusión. Dice muy bien sobre los estertores fallidos de los distintos siglos y, en especial, del siglo XX que le tocó vivir. Y es verdad que la tragedia griega terminó de morir a mediados del siglo IV, más o menos, cuando Aristóteles pensaba en su Poética. Pero oigamos la voz del mismo Steiner en el fragmento de las «Palabras preliminares» de la edición de 1979 del mencionado libro:

[…] Ninguna otra polis griega ni cultura antigua produjo nada parecido al 
drama trágico de la Atenas del siglo V. Por cierto, este encarna de modo 
tan específico la congruencia de las energías filosófica y poética, que 
floreció durante sólo un breve período, setenta y cinco años, más o 
menos […] (Steiner, G., The Death of tragedy, 1996, Londres, Yale 
University Press, mi traducción).

Exacto, «ninguna otra polis griega ni cultura antigua». Y el mismo libro se encarga de verificar que tampoco los siglos subsiguientes llegaron a plasmar esas «energías filosófica y poética». Y, más adelante, afirma:

[…] La tragedia absoluta existe sólo donde la verdad sustancial se asigne
a la afirmación de Sófocles de que «es mejor no haber nacido nunca» o 
donde la sumatoria de consciencia en la fortuna humana se articula en 
los cinco «nunca» de Lear […]

Vemos que ahora amplió un poco más el espectro y llegó a los tiempos de Shakespeare. George Steiner tiene razón. Pero tiene una razón parcial pues, si bien hay una tragedia que murió, la griega, no estoy seguro de que haya perecido la esencia de la tragedia —eso que llamaré «lo trágico», en tanto conforma el sustrato del género dramático-teatral—. Me inclino a creer que ha reaparecido de manera genuina y original, por lo menos, dos veces más en la misma cuenta de siglos que hace Steiner.
Por «genuina» y «original», quiero significar aquella manifestación dramática de marcado sentido trágico con sus características propias de género adaptadas al período cultural e histórico en el que surgió. Esto da por resultado un mismo principio esencial pero, diríamos, una forma distinta, pues es la forma la que está destinada a perecer. Me da la sensación de que Steiner mira más el aspecto formal que el trasfondo, y se hace eco de «normativas» y teorías sobre el drama trágico que anduvieron circulando por los siglos en cuestión.
A todo esto le suma la noción de que, a partir del advenimiento del Cristianismo, pareció no haber necesidad de «redención». En rigor, no es el primero que lo menciona: ya Kierkegaard, a principios del siglo XIX, había postulado una noción muy similar y antes, como veremos enseguida, el establishment cultural y político europeo se había encargado de sembrar como fuertes raíces. Creo que, una vez más, Steiner toma sin discusión la conceptualización que el filósofo estagirita dejó plasmada en su Poética para una tragedia cuyo esplendor ya había decaído notablemente en sus tiempos. Creo que es un preconcepto pensar que «lo trágico» ha muerto sólo porque la tragedia —la griega, digo— pertenece a un período precristiano («pagano» se llamará en la Edad Media) y, por lo tanto, carece de la «redención» del dios encarnado que murió en la cruz como un verdadero phármakos. Mucha tinta corrió en la Edad Media sobre el particular: la Iglesia de entonces «demonizó» al teatro, precisamente, por representar una cosmovisión «pagana», es decir, que no había recibido «la buena nueva». De alguna manera, en el imaginario occidental, a partir de entonces, comenzó a funcionar la idea de que ya no es necesario un espectáculo trágico, pues la noción de redención ya estaba colmada con un héroe trágico por antonomasia que, además de todo, prometía erradicar la «catástrofe» humana.
George Steiner se apoya en el teatro de Beckett y de Brecht para fundamentar la imposibilidad de la tragedia en el siglo XX. Una vez más considero que no discrimina fondo de forma o, tal vez peor, valora solo lo formal y no, aquello que llamamos «lo trágico». Beckett no es trágico, como tampoco lo es Brecht. El primero es un magnífico exponente del teatro del absurdo; el último, un ejemplo consciente de la antitragedia: mil veces geniales los dos, pero no hicieron teatro trágico.
Otra de las confusiones a lo largo de los siglos es la idea instalada de que «lo trágico» representa un regodeo con lo oscuro, la sangre, la muerte. Una obra puede representar lo oscuro del ser humano y no ser tragedia; o derramar sangre por el proscenio y matar a diez personajes frente a las primeras butacas y, no por eso, hay tragedia. La noción de páthos es bien de la tragedia antigua (Platón y Aristóteles hablaron muy bien de ella). Esta noción es la que debemos tener presente como una de las características propias de la tragedia de cualquier época, si queremos verificar la salud y vigencia de «lo trágico». De lo contrario, obtendremos un nihilismo dramático, un teatro gore, un patetismo efectista, si se quiere, pero no páthos.  
Pero oigamos otras voces que caracterizaron al drama trágico griego, si lo queremos tomar como modelo:

[…] No son dramas individuales los que se presentan ante el público de
Atenas, sino dramas colectivos en que juegan los problemas de la 
autoridad y la libertad, la justicia y la opresión, los sexos, las 
generaciones. Y quien presenta todo esto es el poeta, que es el sabio, el
hombre en contacto con los dioses […]. Por mucho que hayan variado los
argumentos de las obras, nos encontramos todavía, en definitiva, ante
los temas fundamentales de los rituales agrarios que nos presentan los
temas de la muerte o expulsión del principio que se ha hecho nocivo, de
la liberación, de la esperanza, de la renovación de la vida, del cambio de
poder […] (Rodriguez Adrados, F. , Del teatro griego al teatro de hoy,
1999, Madrid, Alianza Editorial, p. 34) .

Me pregunto: ¿qué tendremos que recuperar para percibir la verdadera dimensión de «lo trágico» para la escena actual, y quitarle los miles de capas de barniz que no nos la dejan ver? La «tragedia» en sí no ha muerto, sino sólo ha mudado de forma. Es verdad que siempre que reproduzcamos lo exterior de la forma original no obtendremos más que «teatro mortal», como lo definió Peter Brook, lejano y «envenenante». ¿Es posible una tragedia poscristiana con la «eucatástrofe» pretendida por J. R. R. Tolkien, sin traicionar lo esencial del género? He aquí una sorpresa: sí es posible. ¿Qué necesitaríamos para conformar una tragedia moderna —o, a esta altura, metamoderna—, original y genuina?
Bien, hay tres elementos básicos, y algunas otras características más, de los que no hablaré en esta oportunidad. Mientras tanto, veamos los recursos formales que nos ofrecen otras disciplinas artísticas, como la danza, el teatro de imagen, la luminotecnia, la multimedia, la plástica de la narrativa cinematográfica, la fragmentación del lenguaje televisivo. Con ellos, es evidente que el resultado formal y espectacular (la ópsis, diría Aristóteles) ya es bien distinta. Y ¿cuáles son los temas susceptibles de ser «tragicizados»? Miremos alrededor: ¿no vemos que hemos progresado mucho en el aspecto material pero que, desde el punto de vista humano, vamos desfasados notablemente?
Vivimos en una época de transición. Las tragedias genuinas y originales aparecieron en los momentos de crisis, de transición profunda (y no necesariamente en tiempos de guerra), tanto cultural como política y espiritual. Allí están los testimonios del Renacimiento inglés, los de la Alemania de Goethe y Schiller (y Von Kleist) y, por supuesto, del glorioso origen: la Grecia Clásica. La tragedia nueva está viva, aunque aún no haya nacido.

Fragm. de Voces de la Neotragedia(c), de Ariel Pytrell